Instituto Ecuatoriano de Economía Política

El Idiota 20 años después

06/02/2019
Daniel Mayorga

Luego de más de veinte años de su publicación, El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano (1996) llegó a mis manos junto con una promesa de mi padre. La genialidad del libro es bien conocida por todo quienes hemos tenido la dicha de disfrutar de sus páginas y las delirantes referencias que hace al protagonista de la obra.

Tras su lectura me quedaron claras dos cosas. La primera de ellas fue que yo era un liberal (y no me equivoqué), más la segunda no fue tan acertada. Creí que con ese libro conocía suficientemente a la izquierda latina y estaba listo para combatirla. Fue tal el interés que despertó que me dispuse a ser un cazador de idiotas. Los esperaba como el libro los describe: de frondosas barbas negras, con banderas rojas y una boina quizás. Soñaba con conocer a alguno como el Subcomandante Marcos, con sus pasamontañas, sus dos relojes, tabaco en una pipa y un auricular que “conectaba con su corazón” porque, aunque muy idiota, se me antojaba entretenido. Más en la calle no me esperaban tal clase de personajes, sí muchas de las mismas ideas, pero con distinto disfraz y un tanto más peligrosas.

Vargas Llosa, Montaner y Mendoza nos relataban a un personaje extasiado con la revolución, cuyas venas se brotaban con la idea de redistribución de riqueza, causa que defendía con conciencia de clases por un mundo más equitativo y espíritu justiciero, en beneficio de aquellos que por sí solos no podían. El idiota, a día de hoy, exhibe sin embargo un perfil tanto distinto de su antepasado. Su sentido estético ha evolucionado mucho. Para empezar, ya no exhibe el escarlata como distintivo, sino los colores del arcoíris. Suele llevar piercings, una bandana verde ciertas veces, y reemplazó las barbas con las que otrora pretendían emular a los revolucionarios cubanos, por cortes de cabello mohicanos tinturados de verde o fucsia.

El nuevo idiota, trae consigo ya no solo el anhelo de la equidad económica ahora viene con una sed de “justicia social”, heroica, globalizada, diversa y colorida. Ya no solo son los pobres los que le interesan, lo son también ahora, al menos en palabras, las mujeres, los homosexuales, los indígenas, los obreros de Asia, los enfermos de África, el medioambiente, los animales y un largo etcétera. Todo aquello que se ha identificado como “lo políticamente correcto” constituye el catálogo de causas a defender de este neo- idiota. Sus raíces, sin embargo, de ninguna manera pueden perderse, ¿quién, sino el capitalismo, podría ser el culpable que está detrás de todas estas tragedias? Este idiota tiene una conciencia santificada por el adjetivo favorito de sus antecesores de hace dos décadas: tiene conciencia social. Su método de análisis de la historia no ha diferido, mantiene su tradición marxista. Un grupo históricamente oprimido, un histórico opresor, la superestructura capitalista que todo ello ha permitido y ellos, que están aquí para enderezar el paso de la humanidad por el sendero del progreso.

Mauricio Rojas, historiador y catedrático chileno-sueco, en un artículo titulado Eva y Antígona: heroínas de la libertad, deja claras dos implicancias fundamentales de la libertad: autonomía y juicio moral. El socialista de antaño emprendía contra la primera de ellas, el de hoy contra ambas. Ello significa que la izquierda avanza cada vez más en su objetivo de socavar la libertad. Ya no solo invade los bolsillos, ahora también arremete contra el fuero íntimo y personal de los valores, valiéndose del Estado y de la fuerza de la ley, adaptándola a sus fines.

La más grande tragedia intelectual de la historia, el colectivismo, tiene ahora muchos más colores que antes, se sabe vender mejor, su manto acoge a todos, y su numerosidad le es suficiente para moldear la política a su antojo y conveniencia. Para la izquierda, el látigo ya no solo debe repartir, sino también moralizar. Y están captando tal poder.

Estas líneas no son más que una invitación a sus lectores a estar alerta para identificar a los enemigos de la libertad, que lucen distinto ahora, pero acechan por todos lados y aún ambicionan adueñarse de nuestra voluntad y destino.

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