07/11/2017
José Javier Villamarín
‘Respiren libertad, no hay satisfacción más grande’, dijo el presidente Lenín Moreno en una cita acompañado por varios comunicadores. Antes, reconoció que el país está en crisis, y que la tal ‘mesa servida’ es una utopía resultado de la desmesura. También se ha negado a subir al cuadrilátero virtual montado por Rafael Correa, que en un acto mínimo de prudencia, debería llamarse al áspero mandamiento del silencio.
Convocó a un referéndum y consulta popular en la que se pregunta sobre la posibilidad de borrar de un plumazo de la vida política a los servidores públicos declarados culpables de delitos de corrupción. Pertinente la pregunta. Y nos obliga a releer el libro ‘El feriado petrolero’, del ‘incómodo’ periodista Fernando Villavicencio.
Se consulta también sobre la posibilidad de que los miembros del Consejo de Participación Ciudadana sean elegidos a través de votación universal. Legítimo su espíritu, aunque hubiese sido más categórico preguntar acerca de la permanencia o no de este Consejo, pues, en antítesis a cierta opinión correísta, es obvio, que su eliminación no modificaría la estructura del Estado. La Función de Transparencia y Control Social permanecería incólume, incluso si uno de sus órganos desapareciera (léanse los artículos 204 y 225 de la Constitución).
Sobre la revocatoria de la enmienda relacionada con la reelección indefinida, Moreno señaló que dicha figura ‘…nunca hizo parte ni del espíritu, ni de la letra de Montecristi’. Como propósito, esta reflexión es meritoria, pero queda en el aire una duda: ¿Con esta pregunta se podrá contrarrestar el hiperpresidencialismo que sí es parte del espíritu y de la letra de Montecristi? Recordemos que las facultades que tiene el presidente de la República van más allá de las 18 establecidas en el artículo 147 de la Constitución (léanse por ejemplo, los artículos 123, 135, 138, 164, 303, 407). Hay más preguntas, pero termino con la número siete: los crímenes se ha cometido y el castigo no puede prescribir. Lo analizado forma parte de lo principal, y basta con añadir, que según la calificada opinión de CEDATOS, el ‘sí’ ganaría sin objeciones (EL COMERCIO, 13 de octubre).
Los pasos dados hasta ahora por el ‘traidor’ van en la dirección correcta. Pero también son cortos en comparación con todo lo que hay que cambiar para estar afín al nuevo ánimo de los ecuatorianos. Han quedado en el camino la criminalización de la protesta social y la Ley de Comunicación. Y qué decir de aquellos ex funcionarios del gobierno anterior que reaparecen en este.
El pensador inglés Adam Smith –ni constructivista ni dogmático, por cierto- en su ‘Teoría de los sentimientos morales’, decía que si el líder de una facción, por lo general intoxicada con la belleza imaginaria de un sistema ideal, cuenta con la suficiente autoridad como para poder imponerse sobre sus propios seguidores de modo que actúen con moderación y disposición adecuadas, puede, en ocasiones, ofrecer a su país un servicio mayor que el de las grandes conquistas. Puede mejorar las instituciones y pasar de la dudosa calidad de líder de un grupo al más noble de los papeles: el de estadista.
La traición al partido, entonces, es legítima en la medida en que persiga un fin mayor. Recordemos por ejemplo aquel episodio en las elecciones de transición de la dictadura en nuestro país (1978-1979) cuando el gobierno militar impuso una regla electoral que señalaba que para ser candidato presidencial se debía ser hijo de padres ecuatorianos. El siempre polémico Asad Bucaram, no pudo postularse, aunque esto no significó que el hábil político no jugara su propia carta: nombró como su reemplazante a Jaime Roldós, su sobrino, y con la beneplácito de su partido: el CFP (Concentración de Fuerzas Populares).
El presidente Roldós y Osvaldo Hurtado, su binomio, superando por amplio margen a la candidatura de Sixto Durán Ballén, favorito entre los entendidos, llegaron al poder. Como sinónimo de cambio y juventud empezaron a gobernar el Ecuador en su paso a la democracia. Ya por los pasillos cefepistas, como si de Cámpora y Perón se tratara, se oía decir: ‘Roldós a la Presidencia, Bucaram al poder’. Por esto y por más, el distanciamiento entre el máximo líder del CFP Assad Bucaram y el nuevo presidente del país se veía venir. En efecto, Bucaram siendo presidente del Congreso Nacional no tardó en aliarse a los grupos de oposición al gobierno, y Roldós, el ‘traidor’, en abandonar el CFP y formara un nuevo partido: Pueblo, Cambio y Democracia (PCD). Entonces, viene la pregunta: ¿Roldós dejó de ser demócrata por su ‘traición’?
¿Y qué sucedió más tarde con el expresidente Durán Ballén, uno de los fundadores del Partido Social Cristiano? En 1991, luego de que no estuviese de acuerdo con su exclusión como candidato a las elecciones del siguiente año, con el apoyo mayoritario de la opinión pública, fundó el Partido Unión Republicana (PUR) y, sin dar oídos a los duros comentarios de Febres Cordero, fue candidato y ganó las elecciones presidenciales de 19921.
Queda claro, que la mirada de Efialtes –aunque para el presente caso lo oportuno sería referirse a Demóstenes- siempre debe estar puesta en el futuro. ¿Pero en qué tipo de futuro? En ‘El arte de prever el futuro político’, el economista y politólogo francés Bertrand de Jouvenel propone investigar los distintos futuros posibles en lugar de pronosticar un único futuro y acuña el término ‘futuribles’ para explicar esos probables futuros. Y cualquiera de ellos, según nuestro citado, dependerá de una decisión (pasiva o activa) que modifique o mantenga una conducta en el tiempo.
Siendo esto así, los ‘futuribles’ posibles de Moreno, el día de hoy, son dos: cambiar el modelo político actual, o mantenerlo. Si sucede lo segundo, su inactividad le anclará a un pasado que nadie quiere volver a vivir, y su mengua será tal, que hasta sus seguidores negarán haberle conocido. Pero si sucede lo segundo, Lenín será parte del futuro, de ese futuro que se niega a ser pasado.
Nota Única:
(1) Puede consultarse el periódico EL COMERCIO del jueves 2 de mayo de 1991. En la página central de la sección OPINIÓN, aparece una caricatura que lo dice todo. Se trata de una representación humorística de León Febres Cordero acompañada del siguiente texto: ‘- Si hasta hoy ya tengo tres traidores, ¿cuántos más serán si Sixto se lanza al terrorismo electoral?’