22/06/2017
Luis Verdesoto Custode
Ecuador está viviendo una paradoja como producto de la última década y de la segunda vuelta. El empate real (no matemático sino político), el embudo económico y la situación internacional dieron luz a un régimen debilitado. Se sumaron: un factor estructural, la recesión económica con una crisis en el horizonte y un factor ocasional, la corrupción que todos conocíamos nebulosamente que se practicaba. La crisis y la corrupción fueron espectros que Correa logró evadir durante la campaña, por lo que no influyeron decisivamente en los resultados electorales. Un endeudamiento infame que equilibró relativamente a los indicadores le hizo pasar el susto a la población. Pero aquellos espectros permanecerán durante la gestión del régimen que se inaugura. Así arrancó el Gobierno, con una legitimidad precaria acechada por espectros.
La pasada década se articuló por un modelo de tres patas: una cabeza populista sostenida por unas amplias espaldas carismáticas que le permitieron un ataque sistemático contra el sistema político, un diseño institucional para el estímulo a la concentración de poder y un partido que ocupó y operó clientelarmente el inflado aparato estatal. Los tres pilares permitieron la gestión autoritaria de la política pública y un dominio que paralizó a la sociedad. Las elecciones pasadas debilitaron en algún grado a ese esquema político.
Por ahora no existen condiciones para el ejercicio populista del poder por la naturaleza del liderazgo, la ausencia de excedente económico para repartir y el desgaste de la propuesta. El diseño institucional del populismo en su Constitución se ha mostrado inefectivo para conseguir el desarrollo que preconizó. Y sus reformas solo perfilaron más agudamente a la vocación autoritaria del régimen. Mientras el modelo de desarrollo se resbala desde la nanotecnología hacia las uvillas. Así, del discurso nunca pasó.
Alianza PAIS, el partido casi único en el Gobierno, siempre fue una confederación de intereses políticos, regionales y personales arbitrados por Correa, quien los repartía, limitaba e incorporaba. El secreto del éxito partidario no fue su organización, su ideología o su capacidad representativa. Fue la capacidad de Correa para repartir premios asociados a la lealtad política. Bajo este cobijo, surgieron vertientes representativas asociadas a intereses regionales. Y burocráticos. Pero la ausencia de Correa en los pasillos burocráticos ha empezado a descontener a esos intereses. Y, quien sabe, ha permitido que afloren posiciones escondidas.
En PAIS se han realineado posiciones articuladas por Moreno, por un lado, mientras que, por otro, se sostienen posiciones escudadas en Correa. El punto de arranque del conflicto fue la clara preferencia de Correa por Glas como candidato a la presidencia, tema que se resolvió por la amplia preferencia de la ciudadanía por la candidatura de Moreno. Y primó la política pragmática. PAIS tenía que ganar las elecciones a como dé lugar. Luego, Correa creó una serie de trincheras para ejercer el poder sin ser el presidente en ejercicio. Repletó de asambleístas leales a la bancada de PAIS, adecuó algunas instituciones, impuso unos cuantos ministros y creó una guía de gestión del gobierno que no sería directamente el suyo.
PAIS y la Asamblea son las instancias desde las cuales Correa quiere dominar a la escena pública. Moreno, que parecía haber aceptado el esquema de Correa, sin embargo, durante este mes ha dado algunas muestras de autonomía. Pequeña autonomía relativa ejercida desde su encierro por un círculo de funcionarios de lealtad viscosa y mirada estrábica. Mientras Correa piensa como su base operativa a una sociedad polarizada, Moreno comprende que su forma de hacer gestión precisa de la porción de ciudadanos en la que creció Lasso entre la primera y la segunda vueltas. Y la necesidad puede tener cara de hereje. Y el hereje incluso vocación política.
La paradoja se configura en la necesidad del Gobierno de conseguir más aceptación social para suplir a las deficiencias de nacimiento y sostener una gestión con grados de independencia de Correa/PAIS. Porque es una forma de política que no puede operar. Moreno tiene que responder a la presión social de la mitad del Ecuador que no votó por él y sostener a la otra mitad que está trizada. El peligro inicial del régimen fue que se profundizara su débil legitimidad, como en efecto ocurrió en las dos semanas previas a la asunción presidencial. Actualmente, luego del primer mes, el problema del Gobierno es cómo mantener la aceptación que consigan algunas de sus medidas. Correa vivió de la comodidad económica del excedente. Ahora esas condiciones no existen más. El régimen debe vivir de la realidad. Por lo pronto, pocas medidas cosméticas que no afectan al centro del modelo correísta generaron un entendible entusiasmo.
La paradoja se consolida en la medida en que el programa de desarrollo y la estrategia política que adopte Moreno tendrán que aproximarse en algún grado a los que legitimó a la oposición. Esto no es extraño en el mundo actual por los estrechos rangos de cambio que impone la globalización y los principios de la democratización y de un sistema político. Hay un cierto rubor en el ambiente. La mayor parte de los operadores políticos del Gobierno actual son afectos a Correa y sus productos políticos, mientras que apenas una exigua minoría se insinúa como infiltrados inmersos en el correísmo, quienes por falta de atributos no pudieron hacerse visibles.
El entusiasmo de algunos actores se parece a un destape, una justa descontención. El líder autoritario no está. Una sensación de alivio en un régimen hiperpresidencial. Sin embargo, pudo entonces y puede ahora perderse la autonomía de la sociedad. El conflicto de PAIS incorpora de modo deformado a los conflictos reales de la nación. Esto no significa que podamos leer a la coyuntura nacional solamente desde los conflictos de PAIS, ni que los conflictos nacionales sean los de PAIS y, peor aún, que la acción social y política de los actores se reduzca a observar o actuar a través de las fracciones de PAIS.
La madurez política y los objetivos nacionales de restablecimiento de mínimos democráticos nos obligan a asumir el momento actual desde sus características. El centro de la coyuntura está ocupado por el conflicto entre las fracciones de PAIS. Hay que reconocer que esto es posible, casi necesario, por la ausencia de sistema político. El entusiasmo no debe desestimar a la buena política. Y para hacer buena política es preciso reconocer la circunstancia actual, concertar en torno a los objetivos de la restauración democrática y actuar con cintura política. Sin que la sociedad dependa de nadie.
*Este artículo fue originalmente publicado en El Universo