Por : Jose Javier Villamarin
Además de sus iglesias y conventos, otros atractivos del Centro Histórico de Quito son sus barrios y museos. Uno de ellos es el barrio de San Marcos; se ubica a lo largo de la calle Junín y Flores, al costado nororiental de la Plaza de Santo Domingo. Allí, en una vieja casona que aparece en los mapas de Quito colonial a finales de 1700, se encuentra la Casa Museo Manuela Sáenz. Con aire monástico y semillero patriota, el barrio de San Marcos hospeda a Manuela, sus cartas, anhelos, recuerdos, dichas y pesares.
En la sala mayor de este museo, en la “Sala de Manuela”, comparten espacio una colección de pinturas que evocan los capítulos más señalados de su vida, y varios objetos de su propiedad. Sobresale un ejemplar de la obra “Pastores de Belén” de Lope de Vega. En su primera página, roída por el tiempo, al igual que las demás, reposa lo que habría sido una violeta, y en la parte inferior, se lee la siguiente nota: “Violetas regalo de su excelencia el eximio y grande hombre Libertador Simón Bolívar. En Lima a 1 de abril de 1825”.
Manuela fue hija de un español prominente y una criolla de élite. El historiador Ricardo Palma acentúa su afición por Tácito, Plutarco, Cervantes, o Quintana y Olmedo. Su conversación viva y aguda, y su tenaz inclinación por la política, le ganaron el respeto y estima de lo más granado de la intelectualidad a su alrededor. Manuel J. Calle le describe como una “mujer de grande ánimo y de varonil resolución”. Su arrojo y serenidad, agrega, quedaron acreditados en episodios como el del 10 de agosto de 1828 en una fiesta de disfraces, en donde una de sus genialidades impidió el asesinato de Bolívar.
Si la “Caballeresa de la Orden del Sol” se eleva sobre las demás luchadoras de su época y adquiere perpetuidad histórica, es por su liderazgo. Ami Taxin[1], explica que su actividad política no solo se extendía a las campañas previstas por los líderes patriotas, sino también, a la ejecución de complots en nombre de la Independencia y del ideal de la unidad de América del Sur. Ejemplo, es la planificación y protagonismo de Manuela en un levantamiento en Lima, en enero de 1827. Empero, fue en la memorable “noche nefanda”, en donde se convierte en la “Libertadora del Libertador”.
Qué lejos está Manuelita de las “heroínas” del siglo XXI –hubiese dicho el maestro Benjamín Carrión. Pero qué cerca está la noche nefanda de la “Condecoración” del pasado 29 de septiembre en la Asamblea Nacional del Ecuador. Manuela Sáenz, desubicada de su tiempo y de sus proezas, secuestrada por la tiranía, e inmovilizada en un pedazo de metal, sirvió para elogiar lo impresentable. Una condecoración, y mucho más, una con el nombre de Manuela, debe servir para reconocer el sacrificio, la abnegación, la honestidad y otras riquezas del alma, cuya acumulación constituye el único gran tesoro de los pueblos. En esa medalla, sepan todos, no estamos representados los ecuatorianos, sino un puñado de políticos que seguro ven en la señora Cristina Fernández, una creación hecha a su propia imagen.
[1] “La participación de la mujer en la Independencia: el caso de Manuela Sáenz”. Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia, No. 14, 1999. http://repositorio.uasb.edu.ec/bitstream/10644/1457/1/RP-14-DE-Taxin.pdf
Autor José Javier Villamarín
Licenciado en Ciencias Públicas y Sociales y Doctor en Jurisprudencia y Abogado de la República, por la Universidad Central del Ecuador. Especialista en Negociaciones Comerciales Internacionales, por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Facultad de Ciencias Administrativas y Contables. Perito calificado en Propiedad Intelectual con reconocimiento ante el Consejo Nacional de la Judicatura (Ecuador). Ha cursado la Maestría en Integración y Cooperación Internacional, en el Centro de Estudios en Relaciones Internacionales de Rosario (CERIR-Argentina) y el Posgrado de Actualización en Propiedad Intelectual, en la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Derecho (Argentina). Tiene varios Diplomados en Relaciones Internacionales y Derecho Económico Internacional.